TAL DÍA COMO...


 18 de mayo

 

Fallecía el compositor y pianista español Issac Albéniz, el 18 de mayo de 1909, con tan solo 49 años, un par de días antes de que el gobierno francés le entregara la Gran Cruz de la Legión de Honor a petición de otros destacados pianistas como Fauré, Debussy y Granados.

Niño prodigio, debutó como pianista a los cuatro años, con gran éxito, en un recital en Barcelona. Tras estudiar piano en esta ciudad e intentar, infructuosamente, ingresar en el Conservatorio de París, prosiguió sus estudios en Madrid, adonde su familia se había trasladado en 1869.

Con una beca que recibió del rey Alfonso XII de España, entró en el Conservatorio de Bruselas, en 1876, graduándose en 1879 con el primer premio en piano, que le fue otorgado de forma unánime. Albéniz regresó a España para establecerse como un experto virtuoso; además, empezó a componer y a dirigir.

Año importante fue el de 1882: contrajo matrimonio y conoció al compositor Felipe Pedrell, quien dirigió su atención hacia la música popular española, inculcándole la idea de la necesidad de crear una música de inspiración nacional. Fue entonces cuando Albéniz, que hasta ese momento se había distinguido por la creación de piezas "de salón” agradables y sin pretensiones para su instrumento, el piano, empezó a tener mayores ambiciones respecto a su carrera como compositor.

Su estilo más característico comenzó a perfilarse con las primeras obras importantes de carácter nacionalista escritas a partir de 1885, en especial con la Suite española de 1886. Alcanzó su ideal de crear una «música nacional de acento universal» en la suite para piano Iberia, considerada su obra maestra, aunque también cabe destacar un par de obras compuestas previamente: la Suite Española I y la Suite Española II.

🔊 Iberia. Cuaderno I



🔊 “Asturias” de la Suite Española (quinta pieza de las ocho que la componen)



🔊 Pepita Jiménez (estreno en Teatro de la Zarzuela, Madrid, 1964)




 


Este mismo día, pero de 1911, fallecía Gustav Mahler (n. 1860), compositor y director de orquesta austro-bohemio, cuya obra es considerada, junto a la de Richard Strauss, la más importante del postromanticismo.

Tras haber sido director de los teatros de Budapest y de Hamburgo, le ofrecieron, en 1897, la dirección de la Ópera de Viena, con la única condición de que apostatara de su judaísmo y abrazara la fe católica. Así lo hizo, y durante diez años estuvo al frente del teatro; diez años ricos en experiencias artísticas en los que mejoró el nivel artístico de la compañía y dio a conocer nuevas obras.

Sin embargo, el diagnóstico de una afección cardíaca y la muerte de una de sus hijas lo impulsaron a dimitir en 1907 de su cargo y aceptar la titularidad del Metropolitan Opera House y de la Sociedad Filarmónica de Nueva York, ciudad en la que se estableció hasta 1911, cuando, ya enfermo, regresó a Viena.

Aunque como intérprete fue un director que sobresalió en el terreno operístico, como creador centró todos sus esfuerzos en la forma sinfónica (nueve sinfonías terminadas y una Décima que dejó inacabada al fallecer) y en el lied. En cuatro de sus sinfonías (2, 3, 4 y 8), Mahler incluyó la voz, amplificando el modelo coral que había utilizado Beethoven en su Novena.

Él mismo advertía que componer una sinfonía era «construir un mundo con todos los medios posibles», por lo que sus trabajos en este campo se caracterizaban por una manifiesta heterogeneidad, por introducir elementos de distinta procedencia (apuntes de melodías populares, marchas y fanfarrias militares...) en un marco formal heredado de la tradición clásica vienesa.

Esta mezcla, con las dilatadas proporciones y la gran duración de sus sinfonías (su segunda sinfonía, por ejemplo, dura dos horas y cuarenta minutos) y el empleo de una armonía disonante contribuyeron a generar una corriente de hostilidad general hacia su música, a pesar del decidido apoyo de una minoría entusiasta, entre ella los miembros de la “Segunda Escuela de Viena” (capitaneados por Schönberg, quien había sido su discípulo, al igual que Alban Berg o Anton Webern), de los que Mahler puede considerarse el más directo precursor.

Su revalorización fue lenta y se vio retrasada por el advenimiento al poder del nazismo en Alemania y Austria: por su doble condición de compositor judío y moderno, la ejecución de su música fue terminantemente prohibida. Sólo al final de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la labor de directores como Bruno Walter, Leonard Berstein u Otto Klemperer, sus sinfonías afortunadamente comenzaron a hacerse un hueco en el repertorio de las grandes orquestas.

 

🔊 Sinfonía Nº 9



🔊 La canción de la Tierra (ciclo de canciones en forma de sinfonía para dos solistas vocales y orquesta)